2 de julio de 2019

El deseo de otro


Sus palabras, esas que hoy no se le escurrían de las manos hacia algún teclado, sino que brotaban claramente de su boca, eran redundantes con sus signos corporales. Sus gestos, su postura y principalmente la articulación de sus manos, relataba mucho más, que aquellos sonidos que nacían de su cavidad bucal. Quizás, algún tipo de deformación profesional hacía que sus palabras perdieran valor y cotizaran muy por debajo de las figuras que representaba.
¿Yo? Sentía cierta envidia por su capacidad de elocuencia física y solo me quedaba activar el “mute” para gambetear su discurso dejándolo que se estrellara contra la cortina fucsia del living y quedara allí, desparramado, sobre el colchón de los objetos inservibles. Opté por callar, no era tiempo, ni lugar, ni circunstancia para evidenciar lo obvio.
Contó un sueño, creo que era un sueño o una pesadilla (si es que no son lo mismo) acerca de una figura blanca que se le posaba encima e inmovilizaba, incluso le dió un nombre técnico a ese sentir y fue entonces que pensé que ese era el momento exacto para blandir mi afilada argumentación, en cambio opte por tomar un tramontina y cortar una rebanada de un bizcochuelo bicolor del día anterior. Al fin y al cabo ¿quién era yo para andar evidenciando su fuerte pretensión por ser el deseo de otro?.
En otro tiempo, supo ser el deseo de un otro trágico que le costó duelar. Pienso que la muerte del deseo es trágica, la muerte de otro es trágica, pero la muerte de ser el deseo de otro es devastadora.